
Tener sexo, hacer el amor, fornicar, darse un revolcón, ¿cuál es la diferencia? Como lo quieras llamar, es evidente que nuestra cultura, desprendiéndola desde una perspectiva geográfica y colocándola en una línea del tiempo, ha favorecido y seguirá favoreciendo la posición de los varones en casi todos los ámbitos de la vida, la sexual no se queda atrás.
Padres de familia cuidan a sus hijas para que posterguen su primer contacto sexual y lleguen puras a la vida marital. Custodiarán la virginidad de sus “bebés adolescentes” aunque éstas se esfuercen por proyectar su recién desarrollada figura para romper esa pequeña membrana y obtener el título de “mujer”.
Caso contrario, cuando se tiene un varón en la familia, el orgulloso padre querrá confirmar su hombría en cuanto el puberto presente bozo, esa pelusilla que parece suciedad sobre el labio y que indica que se está convirtiendo en hombre. Mientras la madre castiga los instintos reproductivos de su niño al prohibirle que se manosee, el padre no vacilará en llevarlo a un lugar de la vida galante para que una experta confirme su heterosexualidad. No importa quién sea o cómo se vea, todas suman.
No todos los casos son tan extremos, hay familias que otorgan libertad sexual a sus hijos e hijas bajo una cultura de sexo seguro. A pesar de esto, las mujeres rara vez podrán alardear de sus aventuras amorosas sin restar puntos. Para el colectivo, hay dos tipos de "putas": las que cobran y las que, sin restricción social, gozan activamente su sexualidad sin percibir precio alguno.
Sin embargo, no todo es color azul, el mundo también tiene tonalidades rosas. Imaginar un lugar en donde los padres promuevan la sexualidad de sus hijas y construyan un espacio para que ellas puedan vivir su sexualidad libremente puede parecer un tabú. En el Reino de Camboya, país ubicado en la península Indochina, exótico no sólo por su riqueza natural, sino por ser madre de una tribu con una tradición bastante particular: los kreung.
En esta tribu, cuando las hijas alcanzan la edad de la adolescencia, los padres les construyen una choza del amor. Son pequeños refugios individuales a los alrededores de sus casas, en donde las adolescentes puede pasar la noche con diferentes chicos hasta que encuentren al verdadero amor y casarse. El objetivo es fomentar relaciones duraderas y amorosas. Y, aunque para muchos esta idea parezca descabellada, esta tribu tiene una tasa nula de divorcios y de violaciones.
Mientras tanto, en México, por cada 100 matrimonios, se presentaron 17 divorcios (INEGI, 2012) y cada 4.6 minutos se comete una violación sexual (CNN México).
Comparando estos datos con las tasas cero de la tribu Kreung, tal vez debemos empezar a considerar que la cultura machista no está funcionando. ¿Recomendaciones?